Analizamos su conducta y lenguaje corporal en el juicio del caso Nóos.

Todo comunica. Todo transmite. Tanto la presencia como la ausencia. La soledad de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarín, al llegar a la improvisada sala de la Audiencia Provincial de Palma, fue clamorosa. Solos los dos. Y solos el uno del otro. No parecían un matrimonio en difíciles circunstancias. Se comportaron como perfectos desconocidos. No se miraron. Mucho menos se hablaron. Ni se rozaron.

Ella procuró caminar siempre por delante. Distante y distinta. Adiós a las sonrisas sociales, regaladas a los reporteros de prensa durante la instrucción del sumario. Ni un fingido buenos días. No estaban para saludos. La cosa se puso seria. Y sus rostros, también.

La imagen de una infanta de España sentada en el banquillo de los acusados tiene un valor simbólico muy poderoso en la opinión pública

La imagen de una infanta de España sentada en el banquillo de los acusados tiene un valor simbólico muy poderoso en la opinión pública, más allá de las filias o fobias que su personalidad y conducta despierten. Pero, ante todo,  esa imagen humaniza su personaje público; en el peor de los sentidos para ella, porque la despoja de los privilegios formales que le acompañaban desde el día de su nacimiento.

Hace unos meses, su hermano el rey le quitó a golpe de decreto el título de duquesa. Ahora, la Justicia le retira también ese reverencial estilo de comunicación reservado exclusivamente para las reales personas. Se acabaron las genuflexiones, ya nadie baja la cabeza. Son solo símbolos, por supuesto, pero símbolos muy persuasivos en la conciencia de los ciudadanos, y en la salud emocional de la propia Cristina.

Ayudantes que te abren las puertas del coche, edecanes que cargan con tu portafolios, policías que se cuadran a tu paso, responsables de protocolo que salen a recibirte, nada de eso vimos en la primera jornada del juicio por el caso Nóos en Palma de Mallorca. Parecen detalles nimios, pero no lo son. Insisto, ni para el público, ni para la propia infanta. Son los gestos de un estatus perdido.

El análisis de la comunicación no verbal de este acontecimiento judicial sin precedentes nos confirma algo importante: cuando vas camino de ser ajusticiado, el paseíllo de la vergüenza es igual para todo el mundo, seas princesa o tonadillera.

Y no hay fiscales ni abogados del Estado suficientes para librarte del efecto que esas imágenes causan en la conciencia ciudadana. Es la condena que el telediario impone por igual a culpables que a inocentes. No importa lo que fallen luego sus señorías. Este veredicto mediático te acompañará el resto de tu vida.

Ya dentro de la Sala, el despojo simbólico continúa. Se acabaron también los sitios de preferencia. Les toca la última fila, según el orden previsto para declarar. Ni entre los acusados hay espacio para sus rangos. Iñaki, en el lugar más próximo al público. Cristina, en el más cercano a la prensa. Ya es mala suerte. Cuando las cosas se tuercen, se tuercen hasta con los asientos.

De todo esto hablamos en Televisión Canaria al analizar la comunicación no verbal del matrimonio Urdangarín-Borbón. Dos rostros igual de serios, demacrados e inexpresivos, pero muy diferentes. En la cara de Iñaki, congestión y un levísimo apunte de miedo. En la de Cristina, desconexión intencionada y una actitud hierática que no beneficia en nada su imagen. Ninguno de los dos da muestras de entender emocionalmente lo que está ocurriendo: el shock es evidente.

Jurídicamente, quizás acierten en su estrategia de defensa. En cuanto a la comunicación, no acumulan más que errores desde el minuto uno de esta tortuosa historia.

Foto de cabecera: David Ramos para El Español
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Consultor de comunicación, experto en análisis y máster en Comportamiento No Verbal por la Universidad Camilo José Cela y la Fundación Universitaria Behavior & Law. Miembro de ACONVE y de la Asociación de la Prensa (FAPE-FIP). Fundador de analisisnoverbal.com.